Este retrato representa a la reina doña Mariana de Austria ya viuda, época en la que ya Carreño de Miranda era pintor de cámara y a quién favoreció para conseguir este cargo. Una vez muerto Felipe IV se viste con tocas monjiles y los colores del hábito dominico, aunque nunca perteneció a esta orden, alejando así toda sospecha de ligereza. La reina viuda aparece sentada en un sillón frailero, con lo que el pintor hace alusión a su poder, mientras trabaja con unos papeles, símbolo de las tareas de gobierno durante la regencia de su hijo. Existen varias copias con el mismo tema, en ésta versión, bastante simple en cuanto a elementos se refiere, el fondo se reduce a unas cortinas negras que dejan entrever la puerta de la sala.